Me
preparaba para un cambio desde finales del año pasado. Para uno distinto.
Yo que me he convertido en nómada por exigencias del guión vivo atrapada entre no querer cambiar nada y tener que cambiarlo todo.
De todos mis miedos el más temido era el miedo al cambio. Pero esta vez tenía un plan y funcionaba. Vivía invadida por la sensación de que todo era posible dentro de ese plan.
Y entonces, llamaron del colegio. Y otra llamada sólo unos minutos después. Supe que ya no podía ir a recogerla andando.
Solté todo y salí corriendo. Lo que no sabía era que en ese preciso momento mi plan infalible, mi vida y muchas cosas más acababan de cambiar.
Ella ha vuelto a nacer pero no lo ha hecho de golpe.
La veo volver poco a poco desde hace ya muchas semanas. La veo andando de nuevo por un camino que, de una manera u otra, ya habíamos caminado. Verla volver es probablemente lo más bonito y difícil que he hecho nunca. Con ella siempre es así.
Al principio, pensaba que tenía que salvarla.
Ahora sé que sólo tengo que quererla. Mientras juego a olvidar como estaba y no me conformo con lo que podrá ser mañana. Quererla sólo hoy. Y quererla es acompañarla. Aguantar su frustración, respetar sus silencios, llevarla y traerla, exigirle sin apretar, darle sus medicinas... Quererla es pensar en ella y no en mi.
Si miro atrás me parece que las dos estábamos en un buen momento. Uno muy bueno y conseguido con esfuerzo. Algo así como que nos merecíamos estar ahí.
Suficiente de todo y demasiado de nada. Pero esta familia que empezó con nosotras sigue de alguna manera estando encomendada a nuestras idas y venidas.
Lo que no sabía es que yo iba a volver a nacer también. Yo que fui madre soltera primero, madre de cuatro niñas después y ahora madre de cinco, gracias a un bebé con nombre de señor, nunca tuve miedo de perderlos. Ni tampoco me planteaba grandes cosas de
una maternidad que me parecía que me había ganado a pulso.Y aquí estoy, volviendo a nacer más madre que antes. Eso que me creía que ya era. He sentido en cada víscera de mi cuerpo que mis hijos no son míos.
Que ser madre es sólo tener el privilegio de cuidar de esas vidas. Sin pertenencias, sin fechas, sin planes. Estar a su lado mirando, queriéndolos, ni demasiado cerca ni demasiado lejos.
Y concentrada en una recuperación que no tiene fecha el tiempo se ha vuelto rápido y lento a la vez. Y me encuentro frente a frente con el cambio, con ese que tanto temía. Y más vulnerable que nunca, a un centímetro del suelo, como dice mi amiga Laura, lo miro de frente
y le digo: gracias.Gracias por traerme la lección que más buscaba. Gracias por dejarla volver y hacerlo despacio. Gracias por convertirme en una madre que ahora, además, quiere ayudar a sus hijos a entender que la vida es cambio.
Gracias por todo el amor recibido, que es mucho más que el entregado.
Y mientras agradezco todo lo que ha cambiado desaparece aquello tan temido.
No es posible que el miedo y el agradecimiento convivan en el mismo corazón. Así que ya no puede pasar nada.
Mientras nos probamos nuevos zapatos y vestidos descubrimos cosas que nunca pensamos que nos quedarían bien. Y menuda sorpresa,
estamos muy guapas también con este vestido.
G r a c i a s.